Un gran macho de oso polar avanza penosamente sobre una muy delgada capa de hielo: no puede todavía nadar, pero como a cada paso lo que pisa se rompe, tampoco camina.
Se tambalea, se arrastra, chapotea, zozobra… Le aguarda una penosa agonía por hambre o ahogamiento, algo que ha sucedido últimamente, y por primera vez, con otros congéneres.
¿Qué está pasando? El carnívoro más grande del planeta, uno de los mejores cazadores que la evolución ha conseguido, está siendo derrotado por el calor que está desmantelando el Polo Norte. Este prodigio de adaptaciones a los máximos rigores del Ártico está atrapado en ese cepo que es la falta de suficiente hielo.
En cualquier caso, aquellas soledades heladas aún acogen los empeños de osas blancas y sus oseznos. Toda la imaginable ternura maternal se asocia a la más arriesgada infancia para un mamífero en este planeta. De la misma forma que podemos asomarnos al fracaso, queda izada la esperanza a través del éxito que supone la llegada a la independencia familiar de los cachorros de oso polar.
A la actual fragilidad del hielo sigue enfrentándose la vieja vida con toda su pasión. Ésa, tan legítima, de querer seguir siendo.
Océanos de incertidumbre
Queda aún bastante para que seamos consecuentes con lo que sabemos. Sobre todo en relación con nuestra casa, que es líquida. Aunque endeble y frágil, el agua todo lo yergue y sujeta en este mundo. Incluso a las más grandes criaturas vivientes que jamás hayan existido: las ballenas.
La migración de las ballenas, seres capaces de recorrer la literal totalidad de los océanos del mundo, se ha repetido incesantemente desde hace, al menos, tres millones de años. Una navegación ininterrumpida a bordo de descomunales cuerpos que, asombrosamente, se alimentan de uno de los recursos más pequeños pero más abundantes del planeta: ingentes masas de krill. Como estos cetáceos nacen en aguas cálidas ecuatoriales y tropicales, su supervivencia va de la mano de un viaje que puede suponer alrededor de 12.000 kilómetros cada temporada.
Los océanos, que son la fuente de todo lo que vive en este planeta, están dando demasiados síntomas de cansancio. Baja su productividad biológica; el calentamiento afecta ya a las corrientes; los climas del agua han comenzado también a equivocarse; disminuye la regularidad en los ciclos… Pero a estos desajustes se enfrenta la vieja destreza de esos inmejorables sextantes, barómetros y termómetros que el cerebro de las ballenas alberga.
Insaciable desierto
De cuanto puebla nuestro mundo, nada con tanto apetito como el desierto. Ha engullido, tan sólo en los últimos 60 años, el equivalente a 16 veces España. Partía de unos dominios casi insuperables para ninguna otra de las formas de organización de la vida en la Tierra. De hecho, ya era dueño de una cuarta parte de la misma. Ahora casi un tercio de lo que podemos pisar en nuestro mundo es erial. De ahí que poco pueda estremecernos más que la mayor y más honda pisada hollando el polvo del desierto, la de los elefantes.
La piel de los enormes mamíferos africanos ya parece el resultado de una sequía sin piedad. Al sur de África, el desierto de Kalahari es el sorprendente hogar para animales que deben ingerir hasta 300 kilos diarios de materia vegetal. Que llegan a beber, cuando pueden, hasta 200 litros de agua de una sola vez. La capacidad para sortear dificultades está también en los elefantes. Unos pocos, a los que podríamos considerar los más arriesgados del planeta, han conseguido colonizar la aridez.
La película
Todo lo anterior, osos polares atrapados por el deshielo, ballenas jorobadas, elefantes del desierto buceando… puede contemplarse en 100 minutos de hermosa película en alta definición. Se titula 'Tierra' y se estrena en menos de dos semanas.
Dirigida por el naturalista Alastair Fothergill, coproducida y distribuida por los hermanos José María y Miguel Morales y su Wanda Visión, 'Tierra' fascina desde el primer fotograma.
Todo ha sido posible gracias a cinco años de trabajo, a casi 20 millones de euros de presupuesto, miles de horas de espera en los lugares más duros del planeta y el uso de las tecnologías más recientes. Queda aquí patente la tenacidad del planeta para seguir siendo bello y vivaz. Por si todo ello fuera poco, esta película cumple la función de conciencia y de memoria. Nos demuestra que nuestro mundo es débil. Que está siendo vapuleado y hasta desmantelado. Pero no lo hace con apocalipsis visuales o estadísticas. Una propuesta que en nada conmina, pero que nos propone reconciliarnos con el primer principio de todas las filosofías morales dignas de tal nombre. La del derecho de toda la vida a su continuidad. La de nuestra obligación de ayudar a conseguirlo.
Vía: Portal del Medio Ambiente